El ruido del frenazo nos despertó a todos: Habíamos llegado a Nagapattinam, lo que sería nuestro nuevo hogar por las próximas semanas. Tras el largo viaje en autobús desde Madurai se había hecho de día pero, a pesar de nuestra curiosidad por conocer todo, el cansancio nos vencía y había que descansar un poco primero. Cuando despertamos, lo primero fue conocer la comunidad de hermanos que nos acogía y la casa donde íbamos a vivir, además del trabajo que debíamos hacer durante nuestra estancia aquí, el cual todos pensamos en ese momento que no era poco, por lo que habría que trabajar duro. Horas después, llegó el gran momento: fuimos a conocer a los niños con los que compartiremos nuestro tiempo en el colegio.
El recuerdo que tenemos todos de ese momento es de pura emoción. Y qué sonrisa más tonta se nos pone al recordar entrar a la sala donde todos los niños del colegio, junto con los profesores, se encontraban esperándonos, listos para recibirnos. Este primer encuentro fue acompañado de un polo personalizado del uniforme del cole y un pañuelo que nos regalaron a cada uno, como símbolo de bienvenida, y el cual agradecimos de todo corazón. Y era solo el comienzo, pues en realidad, desde ese momento todo lo que tenemos hacia ellos es agradecimiento: Desde las primeras flores, o pulseras, que nos regalaron las profesoras a las chicas, hasta cada beso, abrazo, mirada de gratitud o lección que nos dan los niños.
Han sido muy bonitos estos primeros días con los pequeños. Pasando por todas los cursos, hemos tenido la oportunidad de compartir con ellos clases de inglés, juegos, canciones… que van desde el ahorcado, el “chuchua” español, talleres de papiroflexia u otras manualidades… Sin embargo, como hemos dicho antes, lejos de lo que podamos enseñarles nosotros a ellos, están todas las lecciones que nos han podido enseñar ellos a nosotros.
Dos bofetadas “bien dadas” nos ha dado la realidad al ver, por ejemplo, que no todos tienen zapatos, o que borran todo lo que escriben en las hojas para poder volver a escribir más porque no tienen más papel, o su ilusión cuando ven unas pinturas de colores. Porque, aunque en el colegio todos van uniformados y con sus mochilas, como en cualquier otro cole, la realidad de donde vienen es muy distinta.
Esta realidad la hemos podido descubrir gracias al autobús escolar. Todos los días dos de nosotros acompañan a los niños al colegio por la mañana y, otros dos, de vuelta a casa por la tarde en el bus. Esto nos permite, entre otras cosas, ver las casas donde cada uno de ellos vive, que van de casas llamadas aquí de nivel “medio”, hasta las llamadas de nivel “bajo”. Vemos además la villa de Nagapattinam, sus calles llenas de basura porque no hay dónde tirarla, su gente, sus ocupaciones, etc. Un cúmulo de sensaciones nos recorren por dentro al ver las muchas situaciones que vemos a través de la ventanilla: impotencia, sorpresa, desconcierto, curiosidad… Es un gusto amargo lo que se siente al descubrir las callejuelas de la India.
Por otra parte, en la obra, tal y como pensábamos, el trabajo está siendo mucho, pues ha de acabarse antes de que nos vayamos. Mover y transportar carretillas llenas de cemento, barriles de agua o cubos de ladrillos son parte de las muchas tareas que hemos de hacer. El sudor no tarda en aparecer, al igual que la frustración, también en muchas ocasiones al pensar si nuestra labor es realmente útil o meramente estorbamos a los obreros que trabajan con nosotros. Sólo el tiempo lo dirá.
Ya para terminar, hay que decir que los fines de semana no trabajamos ni estamos con los niños, pues los tenemos de descanso. Este primer finde lo aprovechamos para ir de excursión el sábado y tras unas cuantas horas en coche llegamos a un manglar sumergido en aguas salubres. Después de navegar por aquella desembocadura y disfrutar de esa impresionante maravilla de la naturaleza, fuimos a ver un majestuoso templo hindú y, tras una pausa para comer, terminamos el día yendo a la playa, lugar donde acabamos cenando.
Al día siguiente, el domingo, fuimos a nuestra primera misa en tamil, lo que fue toda una experiencia gracias a la música y a su larga duración. El resto del día lo empleamos para descansar, ir de compras y disfrutar preparando una cena típica española, donde, entre todos, cocinamos tortillas y gazpacho. Esto nos dio fuerzas para la semana que estaba por venir y que ya os contaremos en la siguiente crónica.
Un saludo, y hasta pronto.