Nuestra aventura comenzaba en una furgoneta de quince personas en la que íbamos treinta más nuestras maletas (algunas ausentes), llenos de ilusión por llegar al destino tan esperado. La unión con los africanos fue muy rápida, nos bastaron tres canciones para sentirnos como en casa. De camino a lo que sería nuestro nuevo hogar, nos encontramos con uno de los paisajes más impresionantes: nuestro primer amanecer africano.
Eran ya las seis de la mañana y muertos de sueño elegimos las habitaciones para, por fin, poder dormir. Tres horas más tarde, nos encontrábamos en pie para desayunar… lo de pie es literal, pues todos nos fuimos a sentar para coger fuerzas y afrontar nuestro primer día, pero en Camerún vimos algo diferente, ya que todos los voluntarios se quedaron de pie para bendecir la mesa.
Después del desayuno llegaba la presentación para conocer a nuestra nueva familia camerunesa. Una campana sonaba, era la llamada para ir a comer, sí, a las doce y media de la mañana y nosotros, aún desubicados, seguimos saboreando la experiencia sin ser conscientes de lo que estábamos viviendo. Las novedades seguían, poníamos rumbo al centro de Mbalmayo para conocer la zona y nos encontramos con un diluvio (aparentemente normal) que se acabó convirtiendo en una tormenta. Esto hizo que tuviéramos que volver a casa empapados, no solo de agua, también de ilusión. Gracias a este imprevisto, pudimos disfrutar de una rica ducha al aire libre.
Ya limpitos y vestidos sonaba de nuevo la campana que indicaba que teníamos que ir a la oración, esta vez un poco más larga ya que era sábado, un día especial. Después de la cena, nos adentramos en la forma de vida africana; tuvimos que llenar cubos de agua para poder ducharnos, ir a rellenar nuestras botellas de agua potable y dormir bajo las mosquiteras. El momento peor esperado de la noche llegaba, teníamos que fregar con cubos y sin luz nuestros platos usados en la cena, pero nuestros compañeros cameruneses tuvieron el detalle de quitarnos este peso de encima. Llegaba el momento de dormir para empezar un nuevo día, el domingo.
Nuestra rutina siguió siendo la misma con la diferencia de que tuvimos una celebración especial que se seguiría haciendo todos los domingos de nuestra estancia. Algo que nos llamó la atención fue el paso del tiempo, pues pensábamos que eran las cuatro de la tarde y solo eran las doce del mediodía, lo que significaba que llegaba la hora de comer (¡MALARONEEE!). Ahora nos tocaba a nosotros fregar la vajilla y tras un pequeño descanso, jugamos a fútbol con nuestros compañeros voluntarios.
Comenzaba la semana de trabajo: campana, desayunos, vestirnos y… ¡manos a la obra! (nunca mejor dicho). Mientras unos hacían cadenas para cargar bloques, otros se turnaban para llevar la carretilla llena de arena. Nuestros días se repetían y nuestro gallinero se iba levantando. Para celebrarlo, cogimos unas cuantas motos para ir al centro y tomar algo mientras que los más deportistas iban nuevamente a jugar a fútbol. Sin embargo, hubo momentos que guardaremos en nuestra retina para toda la vida, como aquel día en el que vimos la tormenta desde el porche disfrutando del ruido de la lluvia con las luces apagadas para apreciar los rayos.
(Esta foto fue realizada antes de empezar la obra)
Y así terminaría nuestra jornada. El fin de semana empezaba de la mejor manera, tomando algo en familia para celebrar que teníamos dos días de descanso por delante. Aunque pasó algún que otro imprevisto: teníamos preparada una excursión a Yaoundé la cual no se pudo llevar a cabo porque la carretera estaba colapsada pues iba a pasar el presidente (se paralizan las carreteras por su seguridad), así que decidimos volver a Mbalmayo para ver si podíamos ir al río, pero tampoco pudimos ya que la empresa de transporte no fue flexible con los cambios. Por lo tanto, volvimos a casa y vimos la escuela por dentro para hacer algo diferente. Con ganas de hacer una actividad que aumentara nuestro estado de ánimo, decidimos ir a la piscina en moto y… ¡cuando llegamos estaba vacía! Media vuelta y a casa caminando.
Para finalizar nuestro día y consolarnos de la mala suerte que habíamos tenido, vimos todos juntos una película en el comedor.
El último día de la semana lo celebramos en una misa en la que conocimos a otros españoles que también estaban haciendo cooperación en Camerún, comimos con vistas a Mbalmayo y descansamos para seguir con energía esta nueva semana que comienza.
Y en conclusión, esta semana se cierra llena de novedades e imprevistos. C´est la magie!
Gracias Jaime! Por tu relato de la experiencia vivida. Estamos todos pendientes de lo vivido a diario. Un abrazo
¡Lo máximo! Qué lindas anécdotas y qué mala suerte al final, pero así es cuando se llega a un lugar nuevo. Todo es parte de esta aventura. Me emocionó mucho que Jaime lo escribiera, un beso grande para ti y para Ana. Ojalá que cuando María Pía y Ale crezcan, se animen a ir a Camerún también. Les pasaré el link a las enanas para que lean el post, se van a emocionar mucho de leer de uno de sus profes favoritos 🙂